Cuando una empresa identifica la necesidad de formación lingüística, el enfoque suele ser claro: mejorar la capacidad de comunicación, reducir los malentendidos y ayudar a los equipos a trabajar más eficazmente en distintos idiomas. Y sí, esos son los objetivos obvios. Pero algo más empieza a suceder, silenciosamente al principio, en segundo plano. Y a menudo coge a todo el mundo por sorpresa.
A las pocas semanas de empezar las clases de idiomas, empezamos a notar un cambio, no sólo en lo que la gente aprende, sino en cómo interactúa. Lo verá en las risas cuando alguien pronuncie mal una palabra complicada, en la forma en que los compañeros empiezan a animarse unos a otros a hablar o en los suspiros de alivio compartidos cuando la gramática por fin encaja. Se trata de personas que quizá no se conocían o que trabajan en departamentos completamente distintos. En algunos casos, incluso puede haber cierta tensión entre ellos. Pero en el aula, todo eso desaparece.
Aprender un nuevo idioma requiere vulnerabilidad. Nadie acierta a la primera. Todo el mundo comete errores. Y esa experiencia compartida de ser principiantes juntos crea un vínculo único.. Hemos visto grupos que empezaron como desconocidos convertirse en verdaderos equipos, animándose unos a otros durante la clase y apoyándose mutuamente mucho después de terminada la lección.
El sentimiento de camaradería crece rápidamente. La gente empieza a ayudarse a estudiar o a compartir recursos fuera de clase. Algunos incluso empiezan a practicar juntos durante las pausas para comer o a enviarse palabras y frases nuevas que han aprendido. Los directivos nos dicen a menudo que han notado un cambio en la forma de comunicarse de la gente, no sólo en la lengua de destino, sino en general. Hay más apertura, más colaboración y un notable aumento de la moral.
En resumen, los beneficios de la formación lingüística van mucho más allá de las aulas. Se convierte en un proyecto compartido, un espacio donde las jerarquías desaparecen y las personas conectan de una forma muy humana.. Y esas conexiones importan. Se trasladan a las reuniones, los proyectos de equipo y las interacciones cotidianas.
Por eso, cuando una empresa invierte en clases de idiomas, no sólo está desarrollando una nueva habilidad. Están creando oportunidades para que las personas se unan, rompan silos, generen confianza y se fortalezcan como equipo.
No se trata sólo de aprender un nuevo idioma. Se trata de construir una nueva cultura.
Consulte nuestra entrada anterior para ver más ejemplos de diferencias culturales en el lugar de trabajo. aquí.
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